Síguenos
José Baldó

Quedar atrapado por una buena historia es una experiencia maravillosa. Descubrir una serie de televisión que te obligue a devorarla capítulo a capítulo es lo más parecido al paraíso para un creyente en la magia de la pequeña pantalla. Los personajes y las tramas se adueñan de tu mente. El trabajo, los estudios, la casa, los niños…, todo pasa a un segundo plano. Te conviertes en un auténtico adicto. Solo quieres llegar a casa, ponerte cómodo y pegarte un chute de alguna de las drogas de diseño que ofrecen las plataformas.

Una de las últimas incorporaciones al panteón de los clásicos de la televisión moderna, junto a las omnipresentes The Wire, Los Soprano, Breaking Bad o Mad Men, es Succession. La serie creada por Jesse Armstrong para HBO que acaba de cerrar de forma magistral su cuarta y última temporada. Un drama que se define como un nuevo Juego de tronos protagonizado exclusivamente por los despiadados Lannister, sin dragones y con rascacielos en lugar de castillos.

La historia de la familia Roy es un relato de ambición y lucha de poderes entre los hijos de un magnate de la industria de la comunicación y el entretenimiento. Logan Roy (Brian Cox) es el patriarca de un imperio millonario, un déspota que maneja con mano de hierro el destino de sus cuatro hijos: Connor (Alan Ruck), el primogénito que ha elegido vivir en un rancho apartado de las decisiones de la empresa familiar. Kendall (Jeremy Strong), el principal candidato a sentarse en el trono de la Waystar RoyCo; un personaje débil, inseguro y adicto a las drogas, capaz de traicionar a su padre y de manipular a sus hermanos por llegar a la cima. Shiv (Sarah Snook), la única hija de Logan, es la más inteligente de los cuatro; trabaja como asesora política para un candidato presidencial poco afín al ideario republicano de su padre. Y el menor, Roman (Kieran Culkin), un joven inmaduro e irresponsable que arrastra los traumas de una vida familiar desestructurada.

Una tragedia shakesperiana

Succession no deja de ser un Rey Lear adaptado a los nuevos tiempos. Una tragedia que evoca a Shakespeare y a las grandes obras del bardo inglés, pero cuyo argumento y personajes parecen tener una inspiración más prosaica. El multimillonario Rupert Murdoch, propietario del vasto imperio mediático que incluye canales de televisión como Fox, y su prole son la principal influencia para este culebrón familiar. Murdoch se ha instalado en el imaginario popular estadounidense como un ser cruel e inmoral, adalid de la prensa amarilla. La elección de Brian Cox para dar vida al patriarca de los Roy se justifica por la experiencia del actor a la hora de encarnar villanos. Suyo es el primer Hannibal Lecter de la gran pantalla en el film Hunter, cinco años antes de que Anthony Hopkins heredase el papel y lograra el Óscar con El silencio de los corderos.

Con un estilo visual inspirado en el falso documental, con cámara en mano y (ab)uso del zoom, la serie recuerda el acabado formal de The Office. Y es que, aunque la historia transite por el lado más oscuro del poder, en el fondo Succession tiene alma de comedia. Hay líneas de diálogo tronchantes, los insultos entre hermanos son carne de meme y, en más de una ocasión, reirán a carcajadas aunque sea por pura vergüenza ajena.

Succesion ha terminado. La serie pone broche final a un espectáculo incapaz de dejar indiferente a nadie. Da igual que seamos esclavos de los ‘realities’ de las Kardashian y Georgina o que disfrutemos con las intrigas familiares de los pérfidos Roy. Lo que realmente nos gusta es descubrir que, después de todo, los ricos también lloran.

El redactor recomienda