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Excavan en el yacimiento de La Muela de Jorcas un asentamiento de más de 2.500 años de antigüedad Excavan en el yacimiento de La Muela de Jorcas un asentamiento de más de 2.500 años de antigüedad
Cartela empleada por los arqueólogos para ubicar los hallazgos que se puedan producir en la excavación. J. L. R.

Excavan en el yacimiento de La Muela de Jorcas un asentamiento de más de 2.500 años de antigüedad

Se trata de unos restos arqueológicos excepcionales por su estado de conservación y por tener túmulos en su interior
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José Luis Rubio

Sobrecoge contemplar con tanta nitidez la organización urbanística de un emplazamiento fenicio habitado en Jorcas hace entre 2.500 y 3.000 años. La claridad de las líneas de los edificios es cristalina y no hace falta ningún esfuerzo para identificar enseguida la forma de las casas. Este asentamiento, que se extiende por cerca de 5 hectáreas ocupando casi la mitad de la superficie de La Muela de Jorcas, estaba protegido por una gruesa muralla con torres defensivas de planta cuadrada y gruesos muros de cuatro metros. De hecho, es en este enclave donde se supuestamente se encontró el Tesoro de Jorcas. Pero lo que hace única a esta urbe prehistórica es el tener túmulos funerarios dentro del recinto de la muralla.

Óscar Bonilla, de la empresa Acción Gestión Integral del Patrimonio, es el director de la excavación que desde hace diez días se está llevando a cabo en La Muela de Jorcas y que se prolongará durante cinco semanas, confía en desenterrar indicios que confirmen la importancia que insinúan los restos de este asentamiento.

Esta es la tercera intervención que Bonilla lleva a cabo en este entorno. La primera fue en 2024 y la segunda, el año pasado. En esas prospecciones se pudo establecer tanto el excelente estado de conservación de los restos como algunas de las características más significativas, entre las que destacan la existencia de fosos defensivos tanto en el lado Este como en el Oeste del recinto y, sobre todo, la presencia de una docena de túmulos funerarios intramuros.

Además del propio equipo científico, también se muestran ilusionados el alcalde de Jorcas, Román Izquierdo, y el gerente del Parque Cultural del Chopo Cabecero del Alto Alfambra, Ignacio Martínez. Ambos son conscientes de la importancia que parece tener este emplazamiento y no han dudado en apostar por su estudios. Primero fue el Ayuntamiento, que sufragó la primera excavación y cofinanció la segunda, que fue subvencionada por la Comarca Comunidad de Teruel. Mientras, el Parque Cultural ha financiado esta tercera visita arqueológica, la más ambiciosa.
 

“En 2023 hicimos una pequeña campaña, en 2024 otra amparada por el Ayuntamiento de Jorcas y ahora en 2025, pues lo que vamos a hacer es una campaña mucho más grande tratando de investigar una zona que tiene muy prometedora cerca de la zona de la muralla del asentamiento”, explicó el arqueólogo, que destacó, sobre todo, “ un conjunto de estructuras que parecen túmulos funerarios” a los que van a dedicar los esfuerzos de buena parte del mes de trabajos. El objetivo será confirmar si realmente se trata de túmulos y, en caso afirmativo, comprobar el estado en el que se encuentren.

Este emplazamiento “es un yacimiento proto histórico”, afirmó Bonilla, refiriéndose a que allí “vivían más de 500 personas entre hace 2.500 a 3.000 años ”. Se trata, continuó el arqueólogo, de “un yacimiento gigantesco que está partido por la mitad. Y en esa mitad, lo que se construyó fue una enorme muralla de piedra con un sistema de doble foso y torres adosadas. Y esa muralla lo que está guardando es un poblado con sus casas cuadradas, con sus calles, con todo un sistema urbanístico que es realmente espectacular”. Además de las murallas de hasta cuatro metros de grosor en las zonas más expuestas del recinto que no están protegidas por cortados o acantilados, “lo es muy curioso es que esas murallas, tanto en la zona Este como en la zona Oeste, tienen fosos defensivos, dobles fosos, como si fuese una W, y con piedras hincadas delante, que impedirían el acceso de tropas a caballo, de asaltantes o cualquier persona que quisiera acercarse a combatir contra esta gente”, dijo Bonilla.

Estado de conservación

Otro de los puntos que más ha llamado la atención de los investigadores ha sido el extraordinario estado de conservación del enclave. El desconocimiento de su existencia o de su valor, su inaccesibilidad, y las características del entorno han mantenido esta ciudad prehistórica alejada de expoliadores o de otros usos, como la agricultura. Así, basta con pasear por su extensión para identificar toda la organización urbanística de La Muela, reconociendo de inmediato las casas y sus dependencias, las calles y la muralla. “Afortunadamente, no tiene paso para vehículos, nunca ha sido roturada, nunca se han utilizado tractores, ni bulldozers ni ningún tipo de maquinaria pesada. Como son terrenos del pueblo, se usaba pastoreo”, explicó el director de la excavación. El alcalde confirmó el uso como zona de pasto explicando que “las ovejas suben allí cuando llueve mucho porque es un pasto muy tierno”, señalando que lo hacen “tres o cuatro veces al año”.
 

El túmulo funerario se ha parcelado en cuadrados de 20 centímetros. J. L. R. 


Las condiciones de conservación en que se encuentra el enclave se han visto favorecidas, además, por estar a una cota de casi 1.500 metros y no tener ninguna montaña o elemento que pudiera depositar por el viento más material, de manera que “ni se ha acumulado mucha tierra ni se ha movido prácticamente nada en estos 2.500 años”.

La primera intervención de la que se tiene constancia tuvo lugar en abril de 1938, durante la Guerra Civil, cuando los sublevados se instalaron en ese alto. Sólo vivió una jornada de combate y no fue batido por artillería. De ese capítulo quedan algunas trincheras y pozos de tirador, algunos de ellos aprovechando, aparentemente, los muros originales de la antigua ciudad. Sin embargo, no parece que hubiera habido más movimientos de materiales que los provocados por la construcción de posiciones defensivas.

Primeras catas

En la campaña que se realizó en 2023 se intervino en los restos de lo que parecía una casa. “Cuando retiramos el manto vegetal, lo que teníamos era el muro de la casa caído encima. Entonces, estaba todo sellado por las piedras del derrumbe de los muros. Así que se conserva perfectamente el yacimiento”, dijo Bonilla, que recordaba su estupefacción cuando, tras retirar los materiales, encontró uno de los muros completo, caído sobre una estancia y que sirvió para preservar los objetos que había en su interior.

La muela de Jorcas también es especial por las piezas que están aflorando. “Los materiales son muy llamativos porque no son piezas propiamente fenicias, en el sentido de que vengan del otro lado del Mediterráneo, pero son piezas que imitan todo ese repertorio cerámico de formas de esos navegantes, de esos comerciantes”, dijo el director de los trabajos. Además, Bonilla señaló que lo extraordinario de hallar piezas como esas en este emplazamiento se debe a la distancia hasta el mar, más de 110 kilómetros, y de la orografía que habría que superar para llegar desde la costa hasta La Muela, con un desnivel de más 2.400 metros de desnivel acumulado. “Por los materiales que estamos encontrando en yacimiento y la forma de construir las casas los túmulos, esta gente está mirando al Mediterráneo, no está mirando al interior peninsular. Son poblaciones muy influidas o en contacto cultural, económico y social con el Mediterráneo”, concluyó.

Además del recinto amurallado de la punta Este de La Muela, se han observado otros restos de edificaciones en el lado occidental que podrían ser incluso anteriores a los de la urbe. Con más dudas que certezas, sí se sabe que estuvo habitada hace 2.500 a 3.000 años.

Junto a Óscar Bonilla trabaja un equipo de cuatro personas más. Míriam Pérez Aranda es la restauradora de un equipo que se completa con los estudiantes Laura Lázaro, Sara Escalé y Beñat Lorenz, que actualmente está enfrascado en la redacción de su Trabajo de Fin de Grado.

Durante toda la semana, el equipo de investigadores estuvo trabajando en un túmulo de grandes dimensiones, próximo a la muralla occidental, y cuyo estado de conservación hace albergar a los científico esperanzas de encontrarlo en si condición original. “Hemos visto que estaba buen conservado y que no tenía ninguna afección. Se veía que no había sufrido ningún expolio y conserva muy bien la estructura”, dijo Bonilla.

Durante toda la semana, el equipo se ha esmerado por ir despejando con sumo cuidado la primera capa de tierra que cubría el enterramiento, retirando la maleza que había crecido entre las piedras y marcando una escrupulosa cuadrícula con cordón blanco con espacios de un metro en el perímetro exterior y de 20 centímetros en la zona de la cista.

“Aparte del material que salga dentro del la cista, lo que hay que hacer es guardar toda la tierra para poder cribarla en el laboratorio”, explicó la restauradora. El proceso manda hacer unos primeros cribados en la propia excavación y guardar la tierra de cada cuadrícula en una bolsa hermética para su estudio, ya por la tarde, en el laboratorio para buscar restos orgánicos o de otro tipo. Si se confirmase que ese túmulo es realmente un enterramiento, los expertos esperan encontrar los restos cremados de un difunto, que deberían estar dentro de una urna cerámica y acompañados de objetos propios del difunto o de recuerdos de sus familiares.

Sorpresa

La sorpresa por el estado de conservación del yacimiento es una constante entre todos los científicos que lo visitan.

La restauradora del equipo, Míriam Pérez, recordaba su estupefacción al ver que “nadie había trabajado antes en este yacimiento porque es muy evidente (...) otra cosa que también me sorprendió una vez que empezamos a trabajar, fue el buen estado de conservación, no haya otra cultura encima, y que aparte de la Guerra Civil no hay nada más que haya alterado el conjunto”.

A su lado, en cuclillas dentro de una de las cuadrículas más grandes en que se había dividido el túmulo, Laura Lázaro, mientras retiraba cuidadosamente la tierra con una espátula, reconocía que “no hay nada más emocionante” que destapar un túmulo como en el que estaba desenterrando. Junto a ella, su compañera Sara Escalé confesó su debilidad por la arquitectura funeraria y reconoció que le resultó “bastante impresionante” la primera visita al recinto “porque se ve muy definido”. Beñat Lorenz calificó el yacimiento como “único” y aseguró no haber visto nada parecido en ninguna de las excavaciones en las que ha participado.

El pasado mira al futuro

El alcalde de Jorcas, Román Izquierdo ve en el yacimiento una oportunidad para su pueblo como destino turístico. Izquierdo recordó que no resultó difícil convencer a sus vecinos de la conveniencia de acometer las primeras intervenciones. “La gente muy encantada con lo que se ha encontrado y con la excavación”, recalcó. El edil señaló que dispone de una ayuda del Museo de Teruel para acometer tras el verano una nueva campaña de estudio del yacimiento.

El gerente del Parque Cultural del Chopo Cabecero del Alto Alfambra, Ignacio Martínez, añadió el valor “extraordinario en el mundo de la arqueología” de este yacimiento que está dentro de los límites del Parque Cultural.

 

Piezas del Tesoro de Jorcas que se exponen en el Museo Provincial

Primeras piezas

El Tesoro de Jorcas llegó al Museo de Teruel tras un hallazgo casual en La Muela. Se trata de un conjunto excepcional compuesto por un torques, un par de pendientes y dos pulseras, posiblemente ocultados como tesoro en una situación de peligro para su poseedor. A pesar de ser un tipo de piezas abundante en contextos lejanos, no se tiene constancia de algo comparable en esta provincia.

El torques fue elaborado con una varilla rígida, de sección circular abierta y acabada en sus extremos por dobles placas circulares de distinto tamaño con motivos geométricos repujados. Las arracadas o pendientes constan de chapas circulares con doble orificio en suspensión y presentan una decoración repujada de elementos geométricos y vegetales mediante la técnica del granulado. Los aros, de sección circular y abierta, conforman dos pulseras rematadas por placas circulares sin ningún ornamento.

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