

Rafael Lorenzo Alquézar. Miembro referente. Instituto de Estudios Turolenses
Ortega y Gasset fue uno de los importantes referentes de la cultura española en la primera mitad del siglo XX. Recogiendo las innovaciones de la ciencia y la filosofía europea, establece un magisterio indiscutido en España. Sus clases en la cátedra de la Universidad, sus artículos en la prensa madrileña y sus intervenciones en las más importantes instituciones culturales marcan un hito de modernidad y del mejor pensamiento contemporáneo.
La posición de Ortega era liberal y antidogmática. Opuesto al tomismo tradicionalista, se abre a las innovaciones filosóficas del neokantismo, la fenomenología, el pragmatismo y el vitalismo. Su apertura hacia la ciencia contemporánea le hace acercarse a la nueva física relativista, la nueva biología, la psicología de la Gestalt, y la moderna pedagogía. Pero no descuida el arte de vanguardia, ni los movimientos de masas, el socialismo, el comunismo y el fascismo. También la cultura española es tema de sus análisis. Y todo ello, lo expresa en una prosa clara y elegante, como el maestro de toda una generación de españoles.
El calandino Manuel Mindán tuvo la suerte de ser su discípulo directo. Ya en Zaragoza lo había conocido a través de José Gaos, y por su recomendación se desplaza a Madrid para aprender filosofía. Cuenta Mindán que era deslumbrante en sus clases. Sus discursos estaban llenos de sugerentes referencias y aportaban claridad a los problemas más arduos. Expresa que en la Facultad de Madrid todos eran en cierta medida orteguianos. Ortega lo ocupaba todo y todos reconocían su magisterio.
Después de la guerra civil, cuando Ortega vuelve a España, Mindán se acerca a sus conferencias y reconoce de nuevo su magisterio, si bien oscurecido por el hostil recibimiento que las autoridades franquistas tuvieron hacia el pensador. Tras su muerte, le rinde homenaje con la publicación de un número monográfico de la Revista de Filosofía, cuando ya empezaban los ataques del integrismo católico.
Mindán aprecia en Ortega la brillantez de sus exposiciones, la claridad y el abordaje de los problemas actuales. Y expresa hacia él admiración, afecto y gratitud. Al mismo tiempo, no se considera un orteguiano ortodoxo. La cuestión de la razón histórica y sus diferentes expresiones de la verdad preocupó y cuestionó el pensamiento del sacerdote. Su creencia en la verdad absoluta le hacía reacio al perspectivismo orteguiano, pero al tiempo el conocimiento de la diversidad filosófica a lo largo de la historia, le hacía hacía evidente que la expresión de la verdad era plural.
Otro turolense, lector y admirador de Ortega es Pedro Laín Entralgo. Laín era un médico muy inclinado a las humanidades. Desde muy joven se confiesa admirador de Ortega y lector ferviente de su obra. Lo proclama en numerosas ocasiones como el “maestro de todos los españoles”. No pudo ser alumno directo de Ortega, pues la guerra civil truncó sus aspiraciones, pero a lo largo de toda su obra Ortega está omnipresente como uno de sus principales inspiradores. Laín admira en Ortega su manera de abordar los problemas, esa voluntad de comprensión que es voluntad de amor por todo lo que le rodea. “Cada cosa tiene su plenitud” decía Ortega, y a Laín le parecía la mejor manera de abordar la comprensión de cada cosa.
La principal crítica que Laín hace a Ortega es que ese amor a las cosas no se percate del amor cristiano y no se traduzca en una religiosidad. Esta crítica es compartida por todo el grupo de intelectuales del primer falangismo que reivindican a Ortega como intelectual de la nueva España, pero le reprochan su laicismo y acatolicidad.
Sin embargo, el ataque furibundo del integrismo católico a la figura y las obras de Ortega, hace que Laín se convierta en uno de sus defensores en la España de Franco. Y lo defiende en cuanto genuino intelectual español, cuya característica es el rigor, la pulcritud y la elegancia, sin adscripción a una iglesia o a una doctrina. En la labor de reconciliar España, la posición del intelectual debe ser más la de asunción de los contrarios que la de la defensa a ultranza del dogma. El intelectual se debe a la comprensión de la verdad diversa y compleja y no a la profesión de una fe.
Otro calandino que conoció a Ortega en la Residencia de Estudiantes fue Luis Buñuel. No era el joven Luis muy aficionado a la Filosofía, ni en general a la teoría. Era más bien un hombre de acción física y artística. Aunque reconoce la importancia de Ortega, le gustaban más Eugenio d’Ors y Ramón Gomez de la Serna. Ortega era por esos años un catedrático al que los jóvenes residentes verían con respeto, pero que ya no pertenecía a su generación.
Sin embargo, sabemos que Buñuel pide desde Paris el libro de Ortega “La deshumanización del arte”. Es un libro dedicado específicamente al arte de vanguardia. Y realmente, en ese texto hay muchas cosas que al cieneasta le interesaban. Pues, en el concepto de deshumanización orteguiano está implícito un cambio radical de la perspectiva natural de visión de la realidad. Violentar la perspectiva humana o natural y plantear nuevos escorzos hace que la realidad se me aparezca de manera diversa y artísticamente nueva y arrebatadora. Ortega habla de una sobre-realidad. La realidad habitual es destruida en el arte para reconvertirla en una irrealidad que expresa algo nuevo, salvaje e inhumano. Todas estas ideas del libro de Ortega debieron llamar la atención del cineasta, pues teorizan, de algún modo, la propia tarea cienematográfica de Buñuel.
En el año 1927, organizaba la Residencia de Estudiantes una conferencia de Luis Buñuel (que venía de Paris), con posterior proyección de películas de vanguardia. Ortega asistió a la conferencia y a la proyección. Llamó posteriormente al cineasta y le mostró su interés y su aprobación por lo que allí se había visto y escuchado. Además, Ortega le confiesa a Buñuel que si fuera más joven se dedicaría al cine.
A poco que se estudie la obra de Ortega nos encontramos con varias metáforas que nos acercan al mundo cinematográfico. La primera es la de la conciencia como foco luminoso. Un foco luminoso que en la oscuridad ilumina un campo de luz en el que aparecen objetos de nuestra atención. Estos objetos son captados o enfocados sobre un trasfondo inatendido pero presente, significativo como marco u horizonte. Cambiando el punto de luz, cambiando el enfoque, o cambiando el trasfondo u horizonte, cambia la percepción de lo real. Es el concepto de perspectiva. Para Ortega la perspectiva no es una manera de ver las cosas, es el modo de ser de la realidad. Por eso dice que cada cosa tiene su perspectiva y que cada perspectiva nos da un sentido de las cosas. Hay una perspectiva natural, una perspectiva científica y una perspectiva artística. Cada una crean su propio sentido.
En ese año escribe Buñuel un texto titulado Del plano fotogénico. Este texto es un abordaje del enfoque de cámara en el cine. Reflexiona sobre el proceso en el que el cine se ha convertido en arte y ha dejado de ser una atracción de feria.
La posición de la cámara, el enfoque y el trasfondo deben organizarse y montarse de manera adecuada, rítmica y expresiva. En ese momento comienza el arte. Y pone un ejemplo que parece inspirado en Ortega: Se muestran tres hombres observando a una mujer que baila. De pronto, la cámara enfoca tres partes de la danzante: sus pies, su vientre y sus ojos Es la clave de la película para expresar que hay tres actitudes la del sádico, el primitivo sexual y el puro amante. Eso hace del punto de vista, del escorzo, de la perspectiva programada una obra de arte. No se trata pues de reflejar lo existente, sino de variar el escorzo. Crear una nueva realidad, hacer arte.
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