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Marta Alemany, directora de la obra de títeres ‘Un alobrense en la corte de Felipe IV’, en Alobras: “Dejé claró que la última palabra la tenía yo, porque si no se convierte en una jaula de grillos” Marta Alemany, directora de la obra de títeres ‘Un alobrense en la corte de Felipe IV’, en Alobras: “Dejé claró que la última palabra la tenía yo, porque si no se convierte en una jaula de grillos”
Marta Alemany, el pasado miércoles tras la representación en Alobras

Marta Alemany, directora de la obra de títeres ‘Un alobrense en la corte de Felipe IV’, en Alobras: “Dejé claró que la última palabra la tenía yo, porque si no se convierte en una jaula de grillos”

Tras cambiar Barcelona por Alobras y regentar el bar de Tormón, regresó a los escenarios con el teatro de títeres
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Marta Alemany dice, en seguida, ser de Barcelona, pero la crisis económica de 2007 le abrió la puerta a trasladarse a la casa familiar en Alobras, de donde desciende su familia. Alemany ha estado toda la vida vinculada con el teatro y, especialmente, con los títeres. Después de un tiempo alejada de los escenarios en el que se hizo cargo del bar de Tormón, se puso al frente de sus vecinos para dirigir la obra de guiñol Un alobrense en la corte de Felipe IV, que estrenaron la semana pasada la Asociación Cultural de Alobras y el colectivo Alobras, el Centro del Mundo.

-¿Cuál es su relación con Alobras?

-Mi relación con Alobras viene porque mi abuela por parte de madre era de aquí. Mi madre heredó la casita y después me la pasó a mí. Después, durante la crisis económica del 2007, vi que no había manera porque trabajando en el mundo del teatro se cayeron todos los contratos. Cuando se trabaja en el teatro, si trabajas cobras, y si no trabajas no cobras. Y entonces me dije que igual era el momento de cambiar de vida porque siempre me había gustado el pueblo. Y cambié de vida y me dediqué a la cocina.

-¿A la cocina?

-Sí, estuve llevando la casa rural y el restaurante de Tormón y llevaba la cocina. Pero ya llevo dos años jubilada. Ya he bajado persiana.

-¿Cómo fue la adaptación de vivir en la segunda ciudad más grande del país a residir en un pueblo pequeño como Alobras?

-El salto fue enorme, sí. La adaptación fue bien porque antes de tomar la decisión, hubieron un par de años chungos en Barcelona a nivel de trabajo, porque en este país, cuando hay crisis económica, lo primero que se suprime es la cultura. Entonces iba a trancas y barrancas y me hizo ilusión venir a Alobras y cambiar de escenografía para tener una vida más tranquila... aunque, claro, llevando un negocio de hostelería tampoco fue muy tranquilo.

Me fue bien hasta que me jubilé. Ahora sí que echo un poco de menos Barcelona, sobre todo la oferta cultural, quizás porque ahora tengo más tiempo que cuando estaba dentro de la vorágine del trabajo. Entonces trataba de viajar a Barcelona para intentar ver lo que me interesaba pero ahora sí que lo echo de menos.

-¿Para retomar el pulso a la actividad cultural de Alobras se puso al frente de la representación de títeres?

-La iniciativa la tuvieron Juan Pedro e Isabel, del grupo Alobras, el Centro del Mundo. Nos conocíamos y ellos sabían que me había dedicado al teatro y tuvieron la idea de hacer algo en relación a una historia del pueblo para que la gente se enganchara. Y me pidieron si podía dirigirles.

-¿Cómo fue la experiencia de dirigir a sus vecinos en lugar de a una compañía profesional?

-Una de las pocas condiciones que puse iba, prescisamente, en ese sentido. Yo estaba dispuesta a aceptar toda la lluvia de ideas y las opiniones que surgieran, porque siempre lo he escuchado porque pienso que tiras de un hilo salen mil cosas, pero dejé claro que la última palabra la tenía yo, porque si no es una jaula de grillos. Yo tengo experiencia y sé lo que pasa, y no tenía ganas de estar peleándome por una cosa tenía que ser de una manera o de otra.

-Se trata de un teatro muy artesanal, de proximidad. Incluso las marionetas las han hecho los propios vecinos.

-Sí, las ha hecho Juan Pedro. Él no actúa pero, en cambio, hace la parte de construcción de títeres, de las infraestructuras que se necesitan. Se encarga de todo. E isabel hace los vestuarios de los títeres. Mi trabajo era dirigir. Y me llevaba trabajo a casa porque cada vez que vas a un ensayo hay que tenerlo todo preparado, con los conceptos muy argumentados porque es gente que era la primera vez que sube a un escenario. Además, manipular títeres no es nada fácil.

-En la representación, además, saltan de la ventana del guiñol a la platea, interactuando con actores de carne y hueso.

-En realidad, el trabajo de actor físico, era el que menos había. Pero sí, estaban las dos cosas y la interacción entre el actor de carne y hueso con los títeres y, del público también, con pequeños guiños. La obra era muy cortita. Trabajaba con gente que no había hecho nunca nada de teatro y había que empezar desde cero. Sobre todo a la hora de manipular, porque manipular un títere no es llevarlo para aquí y para allá, sino que tiene su teoría y su práctica y el titiritero tiene que meterse en la cabeza que es un actor, porque si no es imposible transmitir nada.

-¿Fue complicado enseñar a su nueva compañía a utilizar los títeres?

-A veces sí que hay un mal concepto de lo que son los títeres. Y mucha gente, pues eso que te contaba antes, Se piensa que con cualquier cosa vale. Para mí no, desde luego. Me gustan los destalles, las posiciones, que el títere esté presente y que tenga su peso (dentro del escenario) porque es él el que da la cara en ese sentido ya que el manipulador está debajo. Y si el manipulador no tiene emoción será incapaz de transmitirlo.

-¿Se va a representar la obra en otros lugares?

-Es una historia muy local del pueblo de Alobras, así que, como mucho, podríamos ir a los pueblos cercanos. Pero el equipo tiene ganas. No nos hemos visto desde la representación y tenemos que hacer una cena tranquila y hablar.

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