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'Cosicas' extrañas 'Cosicas' extrañas

'Cosicas' extrañas

José Baldó

En julio de 2016, tan solo un año después de la llegada de Netflix a España, la plataforma de la gran N roja estrenaba una serie destinada a convertirse en todo un icono del entretenimiento televisivo de masas. Tal y como había ocurrido poco antes con la saga Juego de Tronos en HBO, Stranger Things resultaba ser algo más que televisión; los personajes, su argumento, la música…, todo ello se desligaba del constreñido corsé de la pantalla para convertirse en tendencia, en una moda y, nos guste o no, en un auténtico fenómeno cultural. Pues bien, tras los retrasos pandémicos de rigor, desde el pasado 3 de junio, la cuarta temporada ya está por fin disponible para disfrute y regocijo de todos los fans. Y aquí es cuando, a mis cuarenta años, me descubro ante ustedes como el friki recalcitrante que realmente soy, pues no solo de John Ford vive el hombre y el entretenimiento sin coartadas intelectuales ni excusas es una golosina demasiado tentadora y difícil de rechazar.

Los que disfrutaron con las anteriores entregas de la serie sentirán que cada segundo de espera ha merecido la pena. En su cuarta temporada, Stranger Things tiene vocación de auténtico cine, no solo por la duración de sus capítulos que, en ocasiones, llegan a alcanzar los 100 minutos, sino por la ambición en el tratamiento de sus guiones y su imponente empaque visual, capaz de jugarse la liga con cualquier blockbuster veraniego sin despeinarse.

Los hermanos Duffer, cabezas pensantes del invento, nos devuelven a los protagonistas de siempre tras los acontecimientos que cerraron la serie hace dos años. Todos ellos continúan siendo seres marginales, víctimas en un entorno hostil que les rechaza y desconoce su papel como salvadores del mundo. A medida que se suceden los capítulos, las tramas se bifurcan y los personajes separan sus caminos: indagamos en el pasado de la enigmática Once, viajamos a Rusia en plena guerra fría, conocemos a un nuevo villano con ecos de Freddy Krueger y todo ello en plena psicosis ochentera desatada por el “satanic panic” y los juegos de rol. Por supuesto, el festín está preñado de nostalgia posmoderna, guiños que van desde el cine bélico a las más conocidas franquicias del cine de terror, de Carrie y, la ya citada, Pesadilla en Elm Street (con cameo de Robert Englund incluido) hasta una escena-homenaje calcada de El silencio de los corderos.

La semana pasada, Stephen King, tal vez la mayor influencia reconocible de la serie junto a Spielberg, alababa por Twitter las bondades de esta nueva entrega y, al mismo tiempo, lamentaba la decisión de sus creadores de dividir su estreno en dos partes. Por el momento, tendremos que conformarnos con este primer volumen, mucho más oscuro y terrorífico que en anteriores ocasiones, y esperar hasta el próximo 1 de julio para poder disfrutar de un fin de fiesta que se presume espectacular.

Prometo compensarles en el futuro, sacar el reclinatorio y celebrar con devoción el veinte aniversario de The Wire y su pseudo-secuela de reciente estreno, La ciudad es nuestra, pero hoy déjenme volver a ser niño de nuevo, escuchar a todo volumen el Tarzan Boy de Baltimora y merendar bocatas de Nocilla mientras lucho contra un ejército de monstruos. Lo reconozco, son placeres poco sofisticados, pero… qué bien sientan de vez en cuando.

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