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El señor Wilder y yo El señor Wilder y yo

El señor Wilder y yo

José Baldó

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Billy Wilder

Me había propuesto hablarles de Intimidad, la serie española de Netflix que ha logrado alcanzar el primer puesto de reproducciones de la plataforma, un éxito más que merecido para una ficción pegada a la triste y cruda realidad. Me hubiera gustado destacar su soberbio elenco de actrices, de Patricia López Arnaiz a Ana Wagener o, incluso, una Itziar Ituño capaz de dejar atrás su “vida delictiva” en La casa de papel y calzarse el traje de política sin apenas despeinarse. Sin embargo, la vida es caprichosa y la cinefilia todavía más; algo, en apariencia, tan inofensivo como un libro puede cruzarse en tu camino y dar al traste con todos tus planes.

Hace tan solo un par de días terminaba de leer la última novela del escritor inglés Jonathan Coe, El señor Wilder y yo (Editorial Anagrama). Al cerrar el libro, fui corriendo a las estanterías y rebusqué entre mi colección de películas clásicas para hacer acopio de unos cuantos títulos que revisar. He de confesar que mi afán completista (mezclado con algo de síndrome de Diógenes) ha convertido algunas partes de mi casa en un museo que llevaría a cortarse las venas a la mismísima Marie Kondo. Pero volvamos a la novela: una compositora de bandas sonoras, cuya vida personal y profesional no pasa por su mejor momento, recuerda su encuentro de juventud con el director Billy Wilder y su participación en el rodaje de la penúltima película del maestro, Fedora. A través de esa historia, Coe homenajea la figura de un cineasta que en ese instante, 1977, ya se encontraba en vías de extinción. Con la desaparición del sistema de producción de los grandes estudios y el auge de un nuevo tipo de cine más explícito y violento, Wilder se había visto obligado a buscar financiación en la vieja Europa. Frente a la irrupción de Spielberg, Coppola o Scorsese como los nuevos genios de Hollywood y el tremendo éxito de películas como Tiburón, el director de Sabrina comenzaba a sentirse fuera de lugar y asumía con resignación que él era <>.

La lectura de El señor Wilder y yo hará las delicias de cualquier aficionado al séptimo arte, pero también divertirá al neófito interesado en las buenas historias. Uno de los grandes aciertos de la novela es que consigue dar voz a un personaje como I.A.L. Diamond, amigo, mano derecha y colaborador de Wilder en todos sus guiones a partir de Ariane (1957).  Ambos, director y guionista, forman una peculiar pareja que, por momentos, nos recuerda a aquella otra que interpretaron Jack Lemmon y Walter Matthau en títulos tan célebres como En bandeja de plata o Primera Plana.

Dejando a un lado el magnífico libro de Coe, les animo a que hagan como yo y recuperen la filmografía de Billy Wilder (disponible en Filmin) para amenizar sus noches de verano. Un genio capaz de crear obras maestras en cada género que tocaba, de Perdición a El crepúsculo de los dioses, de Testigo de Cargo a Con faldas y a lo loco. Responsable de algunas de las mejores líneas de diálogo de la historia del cine y creador, junto a Diamond, de guiones magistrales como el de El apartamento, donde cada detalle es importante y contribuye a que la historia avance: desde una raqueta que sirve para colar los espaguetis hasta un pequeño espejo con el cristal tan roto como el corazón de sus protagonistas.

Sé lo que están pensando y tienen razón. Aquí me tienen, hablando de cine clásico, de películas en DVD… ¡de libros! En mitad de la era twitter me siento antiguo y pasado de moda  como un traje de pana. Un tipo que disfruta de placeres añejos, tan marcianos en estos tiempos como escribir un mensaje de whatsapp sin faltas de ortografía o saludar cada mañana al cartero por su nombre de pila. Sí, soy un nostálgico, pero ya lo dijo el señor Wilder… nadie es perfecto.

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