El agua en la ciudad de Teruel: no llegó a las casas hasta 1931 y fue la última capital en tenerla
Los aljibes de la Plaza Mayor fueron claves en el suministro hídrico durante más de siglo y medioTeruel fue la última capital de provincia en proporcionar a sus habitantes la posibilidad de disponer de agua corriente en su domicilio. Este servicio se inauguró oficialmente hace poco más de nueve décadas, el 6 de enero de 1931; sin duda, un magnífico e imperecedero regalo de Reyes. Pero éste no se puede atribuir a unos misteriosos Magos de Oriente, sino al esfuerzo de José Torán de la Rad y de todos aquellos turolenses que lo apoyaron.
Durante los ocho siglos y medio precedentes, el suministro de agua a Teruel fue un serio problema, resuelto de diversas formas. El reciente ciclo “Ciencia para conocer T”, realizado dentro de la Semana de la Ingeniería y organizado por la Escuela Politécnica de Teruel (EUPT) y el Instituto de Estudios Turolenses (IET), nos ha animado a abordar el tema del abastecimiento de agua a Teruel durante la Baja Edad Media y la Edad Moderna. Un largo periodo de tiempo en el que, para disponer de agua, se requería de un esfuerzo mayor que el de abrir un grifo.
El problema del suministro a una villa fortificada.
La Villa de Teruel se fundó en 1171, como bastión frente a la expansión del Califato Almohade, perdurando este carácter de plaza fuerte hasta finales del medievo. Pero, aunque el agua es un bien esencial en una posición fortificada, Teruel tenía un difícil abastecimiento. Estaba asentada en la cumbre de una muela, con el nivel freático a demasiada profundidad como para que se generalizasen los pozos, que siempre fueron escasos. Era posible aprovisionarse en las acequias que discurrían por la parte baja de la ladera o incluso en el propio río; pero esta opción era problemática durante los periodos de guerra, lo que obligó a prestar especial atención a una tercera solución: los aljibes alimentados con agua de lluvia.
Los aljibes de la Plaza Mayor.
Entre 1363 y 1366, Teruel fue ocupado por los castellanos, dentro de la Guerra de los Dos Pedros. Al retirarse, éstos intentaron anular la capacidad defensiva de la posición, dejando una ciudad arrasada. En 1373, el rey Pedro IV de Aragón ordenó a Juan Fernández de Heredia, por entonces Castellán de Amposta, que organizara las obras necesarias para refortificar la villa. El futuro Gran Maestre de la Orden del Hospital, otorgó especial relevancia al suministro de agua, planteando la necesidad de construir dos aljibes en la Plaza Mayor.
Al principio, las obras avanzaron con rapidez; en mayo ya se habían iniciado los trabajos, bajo la dirección de Abrahem Bellito, maestro de obras perteneciente a uno de los más afamados linajes de alarifes mudéjares aragoneses. Pero el 30 de octubre se hundió la bóveda de uno de los aljibes, falleciendo 27 de las 28 personas que estaban trabajando en su construcción.
A principios de 1374, Juan Fernández de Heredia indicó al monarca que no era posible concluir en ese año el Aljibe Fondero (que debía ser el que se había hundido), aunque si el Somero. También recomendó al Rey que ordenase la construcción de un tercer aljibe, que podría realizarse en dos años.
Pero al final, los trabajos no se ejecutaron con tanta celeridad. El cese de las hostilidades con el Reino de Castilla (Paz de Almazán, 1375), hizo que las obras dejaran de ser tan perentorias. A lo que se sumaron las tensiones entre el Concejo de Teruel y su Comunidad de Aldeas por el pago de la reconstrucción del sistema defensivo de la ciudad. Lo que obligó a la concesión de sucesivas prórrogas de 20 años (en 1389 y 1391) para la finalización de los trabajos. No obstante, para entonces el Aljibe Fondero ya debía estar terminado, por lo que la prórroga debió corresponder a partes inconclusas de la muralla y al misterioso “tercer aljibe”.
Pese a ser construidos de forma casi simultánea, los dos aljibes conocidos eran muy diferentes entre sí, tanto desde el punto de vista morfológico, como constructivo; en ello pudo influir su distinta ubicación en la Plaza. El Aljibe Somero es más largo (1/3 parte) que el Fondero, pero también más estrecho (1/4 parte) y bajo (1/7 parte). Más difíciles de justificar son las diferencias constructivas; el Aljibe Somero está cubierto con una bóveda apuntada de ladrillo, sobre la que se dispuso un potente relleno de cal y canto; por el contrario, en el Fondero la bóveda es de medio punto y realizada mediante encofrado de calcina y cal y canto. Es posible que el colapso de la bóveda de uno de ellos el 30-10-1373, influyera en su posterior concreción constructiva.
Pero estas disparidades no implican una diferencia significativa en su capacidad máxima, definida por los aliviaderos y la franja pintada de la bóveda. En conjunto, los dos aljibes suman una capacidad de almacenaje de 472.000 a 644.000 litros (43.000 a 58.800 cántaros). Pero, al alimentarse exclusivamente de agua de lluvia, el suministro efectivo dependía del área de captación disponible. Por ello, la cantidad media anual que podrían captar y almacenar debía rondar los 950 m3 (86.700 cántaros), cifra insuficiente para cubrir las necesidades de una población de en torno a 3.000 turolenses. No obstante, debe tenerse en cuenta que buena parte de los habitantes se surtiría de otros puntos de agua; y que los aljibes se crearon dentro de un programa constructivo destinado a refortificar la ciudad, siendo su función primordial la de almacenar agua suficiente para soportar un asedio.
Una limitada higiene.
Cada uno de los aljibes tenía un área de captación diferenciada, pero era posible pasar los excedentes del Aljibe Somero al Fondero a través de una conducción. En la parte más baja de la Plaza, el Albellón de la Plaza recogía las restantes aguas de escorrentía y los posibles excedentes de los aljibes, descendiendo por un barranco encauzado y desaguando extramuros, tras cruzar la muralla por el Postigo.
Durante más de un siglo y medio, los aljibes fueron claves en el suministro de agua a la Ciudad, documentándose diversas obras de mantenimiento, como reparación de los “canales” y limpieza de los “canyones” (las bajantes) en 1411; y, en el caso del Aljibe Fondero, guarnecer la puerta del pozo colocando bisagras y un aldabón (1423 y 1519), y reponer los revestimientos interiores en al menos tres ocasiones.
Las excavaciones arqueológicas confirmaron la existencia de unas “razonables” condiciones de higiene. Aún así, su fondo estaba recubierto por una dura costra de limos cementados, que contenía fragmentos de cerámica (especialmente cántaros), pequeñas piedras y algunos huesos. Muchos de estos materiales penetraron por el brocal del pozo, arrojados o caídos accidentalmente. Pero los limos y arenas procederían del polvo acumulado en las cubiertas y arrastrado por las aguas pluviales, entrando a través de las bajantes; la costra se generó a un ritmo de 0,1 a 0,2 mm. al año.
Otros puntos de suministro de agua en el Teruel bajomedieval
Además de los aljibes de la Plaza, la lista de puntos de abastecimiento de agua documentados en el Teruel medieval es muy limitada:
“Pozo de los Moros”, construido en 1445 y situado cerca de la Morería y del Convento de las Clarisas. El acceso al agua estaba restringido, como lo demuestra el hecho de que a las monjas clarisas se les reconociera expresamente ese derecho (1499).
“Pozo de las Carnicerías Mayores”, en la zona conocida como “las Cuatro Esquinas”. Sus puertas fueron reforzadas en 1419 y en 1519. En 1583, el suministro de agua para limpieza de las Carnicerías se realizaba con un ramal del Acueducto, por lo que ya debía estar fuera de uso.
Pozo de la Calle Muñoz Degraín, descubierto en las excavaciones arqueológicas realizadas en una parcela. Forrado con una excelente sillería, debía estar asociado a los Sánchez Muñoz, la familia más poderosa de la ciudad.
Aljibe de San Benito, también localizado en una intervención arqueológica. Posiblemente fue construido con anterioridad a los aljibes de la Plaza, localizándose en las casas que los monjes del Monasterio de Piedra tenían en Teruel.
El suministro al Arrabal y el Rabalejo era menos problemáticos, al situarse a una cota más baja que la villa, en un sector en el que el nivel freático no estaba tan profundo y en el que la presencia de pozos está bien documentada. Además, las acequias discurrían a escasa distancia de ambos barrios.
Las fechas en las que se documentan buena parte de estos puntos de abastecimiento, demuestra que los aljibes de la Plaza no cubrían las necesidades de buena parte de los turolenses.
Conforme la ciudad fue creciendo, las limitaciones en el suministro debieron ser cada vez más patentes, lo que obligó al Concejo a acometer una difícil y costosa obra: un acueducto desde la Peña del Macho, tema al que nos referiremos en la siguiente entrega.
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